jueves, 27 de noviembre de 2008

Una historia intersex

Una historia intersex
Tomado del servicio de circulación de textos sobre transgeneridad e intersexualidad del área trans e intersexs para Latinoamérica y el caribe de IGLHRC. Para suscribirte escribinos.
Cuando nací, hace casi 34 años, mis padres me anotaron como un varón; tenía pene y testículos, próstata, cromosomas XY, no había ninguna duda: era un bebé varón, iba a crecer, convertirme en un chico que jugaba a los soldaditos y la pelota, y luego en un adolescente con granos en la cara, tendría muchas novias, me transformaría en un hombre, me casaría con una buena mujer, sería padre algún día… Pero en mi cuerpo había algo “problemático”. El final de la uretra (el canal por el que viajan la orina y el semen) no estaba en la punta del pene, sino que estaba en un costado. A ese tipo de conformación se la llama hipospadias. Mi pene era un pene “hipospádico”, y yo era un bebé con “hipospadias”. Lo que le dijeron a mi mamá y mi papá es que mi pene debía ser corregido, y debía ser corregido cuanto antes. Antes de que los otros chicos en la escuela se rieran de mí porque orinaba sentado. Antes de que orinar sentado afectara para siempre mi masculinidad (¡si hay algo que un hombre NO hace es orinar sentado!). Antes de que otras personas me vieran desnudo y se horrorizaran. Antes de que mi personalidad se viera perturbada por las burlas, la vergüenza de tener un cuerpo diferente. Casi no recuerdo nada de la primera cirugía, excepto el hecho de que le siguió una segunda. Y luego una tercera, y así hasta una novena. Cuando cumplí 13 años mis médicos finalmente parecieron satisfechos con lo que habían logrado: un amasijo de carne con cicatrices, pero con una abertura para orinar en la punta, que debía cada tanto abrir con un catéter. A veces hasta orinaba parado.
Durante todos esos años la “diferencia” de mi cuerpo, que tanto temor había causado, se hizo más y más evidente. Mi pene parecía cualquier cosa, menos “normal”, incluso “humano”. Pero al contrario de lo que mis médicos pensaban, encontré un grupo de amigos y amigas con quienes pude hablar de lo que me pasaba. No fue el paraíso, pero tampoco el infierno.
Me llevó muchos años reconciliarme con el cuerpo que hicieron para mí. Mi pene casi no tiene sensibilidad. Para que lo imagines: cuando alguien pone su mano sobre la piel, yo lo siento como si estuviera tocándome a través de muchas capas de algodón, o como si la piel estuviera dormida. Cuando era adolescente sentía que la insensibilidad se extendía como una neblina polar desde mi pene hacia el resto de mi cuerpo. Todavía me pasa de vez en cuando.
Las personas que defienden la realización de cirugías que “corrijan” los genitales muchas veces tienen miedo de que genitales “desviados” produzcan sexualidades “desviadas”. Toda mi vida me sentí atraído por hombres y mujeres, y el día que descubrí que también existían otros cuerpos me atrajeron también, de modo que la “corrección” de mi pene hizo bien poco por transformarme un correcto señor heterosexual, hizo bastante por transformarme en un pansexual sin sensibilidad en una porción de su cuerpo, en alguien abrumado por tanta exposición, revisación y operación, que prefirió durante muchos años tener sexo sin sacarse la ropa.
He aprendido lentamente a enamorarme de mi mismo, de mi cuerpo cortajeado e insensibilizado. En el momento en el que pude gritar que era un hombre me di cuenta de que afirmarlo no era suficiente. También necesitaba hacerlo pedazos. Presentarme como un hombre intersex es mi manera de decir que hay algo más que “hombres” y “mujeres”, y que a veces la “fabricación” física de la masculinidad o la feminidad puede ser un proceso muy doloroso. Para mí, como para muchas otras personas con historias similares a la mía, intersex no significa “hermafrodita”, ni “andrógino”; no significa “con dos sexos” o con “órganos de los dos sexos”; no significa “patología”, “malformación”, “ambigüedad”, “indefinición” ni “excepción”. Intersexualidad significa VARIACIÓN. Si existen un cuerpo femenino “ideal” y un cuerpo masculino “ideal”, los cuerpos intersex son todos los que VARIAN de esos ideales (porque el clítoris es “grande”, porque el pene es “chiquito”, porque la vagina no está, porque los labios no se ven como “deben” verse, porque la uretra no termina donde “debe”). La intersexualidad no es una enfermedad –no se opera para curarnos, sino para “corregirnos”, “normalizarnos”. Es por eso que las cirugías que se nos practican se llaman “cosméticas”: no curan nada, solo intentan “mejorar” la apariencia, sin darnos la oportunidad de elegir.
A medida que crecemos aprendemos que ser “diferente” en cualquier sentido nos puede convertir en blanco de la burla, de la discriminació n y de la violencia; aprendemos entonces a disimular o ocultar lo que nos transforma en personas distintas. Como resultado, el mundo es un lugar mucho más peligroso y más pobre para todos los seres humanos. Intervenir quirúrgicamente a un niño o niña intersex sólo porque su cuerpo se ve diferente al ideal de cuerpo femenino o al ideal de cuerpo masculino es una forma de ocultar que la diversidad existe; lo único que se refuerza es ese Ideal al que todas las personas “debemos” someternos. Crecemos como niños mutilados y niñas mutiladas, que deberán recorrer caminos muy difíciles hasta reconocerse como dignos y dignas de respeto, deseo y amor.
Ariel RojmanMás información sobre hipospadias y otras formas de intersexualidad en el sitio web de la Intersex Society of North America, www.isna.org

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